
Las Hadas
Había una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor, Fiona, era tan desagradable y orgullosa que nadie podía vivir con ella. Se parecía en todo a su madre. La menor, Fanny, era la dulzura y la bondad personificadas, y además, era de una belleza admirable. Como es natural, la madre sentía debilidad por su hija mayor y, al mismo tiempo, una aversión terrible por la menor.
Un día, la madre le pidió a Fanny que fuera al pozo, que estaba a más de media legua de la casa, a buscar un gran cántaro de agua. Fanny, sin quejarse, fue de inmediato. Al llegar, vio a una pobre mujer que le rogó que le diera de beber.
—¡Claro que sí, buena mujer! —respondió Fanny con su sonrisa más bonita. Enjuagó su cántaro y le sirvió el agua más fresca del pozo.
La mujer, que era un hada disfrazada para probar la bondad de las jóvenes, le dijo:
—Eres tan buena y amable que te concederé un don. Cada vez que pronuncies una palabra, de tu boca saldrá una flor o una piedra preciosa.
Fanny le dio las gracias y corrió a casa muy contenta.
Cuando llegó, su madre la reprendió por la tardanza.
—Perdón, mamá… —dijo Fanny, y ¡zas!, de su boca salieron dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
La madre, asombrada, decidió que su hija Fiona también debía tener ese don.
—Fiona, ¡ve al pozo ahora mismo! Y si una mujer te pide agua, sé muy amable con ella.
—¡No quiero ir! —refunfuñó Fiona, pero obedeció, aunque de muy mala gana.
En el pozo, en lugar de una anciana, vio a una dama magníficamente vestida que le pidió un trago de agua. Era la misma hada, pero disfrazada de princesa.
—¿He venido yo aquí para darte de beber? —le dijo Fiona con grosería—. ¡Si tienes sed, bebe del pozo tú misma!
—No eres nada amable —respondió el hada—. Ya que eres tan maleducada, te concedo un don: por cada palabra que pronuncies, de tu boca saldrá una serpiente o un sapo.
Fiona volvió a casa enfadada. Al verla, su madre le preguntó:
—Y bien, hija mía, ¿qué pasó?
—¡NADA! —gritó Fiona, y de su boca salieron dos víboras y dos sapos.
La madre se horrorizó. En su enojo, quiso castigar a Fiona, pero al ver el miedo y la vergüenza en los ojos de su hija, su corazón se ablandó. Comprendió que su propia codicia y mal ejemplo habían contribuido a la desdicha de Fiona.
Justo en ese momento, Fanny se acercó a su hermana. En lugar de apartarse con asco, la miró con compasión.
—No llores, hermana —le dijo con dulzura, y una hermosa rosa cayó de sus labios. Fanny la recogió y se la ofreció a Fiona.
Fiona, sorprendida por este gesto, tomó la flor. Con lágrimas en los ojos, susurró un tímido: "Gracias". Y de su boca, en lugar de un sapo, salió una pequeña y verde ranita que saltó y se perdió en el jardín.
Desde aquel día, algo cambió. Con la ayuda paciente de Fanny, Fiona comenzó a esforzarse por ser más amable. Aunque al principio le costaba, cada palabra bondadosa hacía que las criaturas que salían de su boca fueran menos temibles, hasta que una mañana, al decir "buenos días" con una sonrisa sincera, de sus labios brotó una pequeña margarita.
Mientras tanto, el hijo del rey conoció a Fanny, se enamoró de su bondad y se casó con ella. Pero Fanny nunca olvidó a su familia y, con su ayuda, Fiona aprendió que el verdadero don no estaba en las joyas, sino en la calidez de un corazón bueno.
Un día, la madre le pidió a Fanny que fuera al pozo, que estaba a más de media legua de la casa, a buscar un gran cántaro de agua. Fanny, sin quejarse, fue de inmediato. Al llegar, vio a una pobre mujer que le rogó que le diera de beber.
—¡Claro que sí, buena mujer! —respondió Fanny con su sonrisa más bonita. Enjuagó su cántaro y le sirvió el agua más fresca del pozo.
La mujer, que era un hada disfrazada para probar la bondad de las jóvenes, le dijo:
—Eres tan buena y amable que te concederé un don. Cada vez que pronuncies una palabra, de tu boca saldrá una flor o una piedra preciosa.
Fanny le dio las gracias y corrió a casa muy contenta.
Cuando llegó, su madre la reprendió por la tardanza.
—Perdón, mamá… —dijo Fanny, y ¡zas!, de su boca salieron dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.
La madre, asombrada, decidió que su hija Fiona también debía tener ese don.
—Fiona, ¡ve al pozo ahora mismo! Y si una mujer te pide agua, sé muy amable con ella.
—¡No quiero ir! —refunfuñó Fiona, pero obedeció, aunque de muy mala gana.
En el pozo, en lugar de una anciana, vio a una dama magníficamente vestida que le pidió un trago de agua. Era la misma hada, pero disfrazada de princesa.
—¿He venido yo aquí para darte de beber? —le dijo Fiona con grosería—. ¡Si tienes sed, bebe del pozo tú misma!
—No eres nada amable —respondió el hada—. Ya que eres tan maleducada, te concedo un don: por cada palabra que pronuncies, de tu boca saldrá una serpiente o un sapo.
Fiona volvió a casa enfadada. Al verla, su madre le preguntó:
—Y bien, hija mía, ¿qué pasó?
—¡NADA! —gritó Fiona, y de su boca salieron dos víboras y dos sapos.
La madre se horrorizó. En su enojo, quiso castigar a Fiona, pero al ver el miedo y la vergüenza en los ojos de su hija, su corazón se ablandó. Comprendió que su propia codicia y mal ejemplo habían contribuido a la desdicha de Fiona.
Justo en ese momento, Fanny se acercó a su hermana. En lugar de apartarse con asco, la miró con compasión.
—No llores, hermana —le dijo con dulzura, y una hermosa rosa cayó de sus labios. Fanny la recogió y se la ofreció a Fiona.
Fiona, sorprendida por este gesto, tomó la flor. Con lágrimas en los ojos, susurró un tímido: "Gracias". Y de su boca, en lugar de un sapo, salió una pequeña y verde ranita que saltó y se perdió en el jardín.
Desde aquel día, algo cambió. Con la ayuda paciente de Fanny, Fiona comenzó a esforzarse por ser más amable. Aunque al principio le costaba, cada palabra bondadosa hacía que las criaturas que salían de su boca fueran menos temibles, hasta que una mañana, al decir "buenos días" con una sonrisa sincera, de sus labios brotó una pequeña margarita.
Mientras tanto, el hijo del rey conoció a Fanny, se enamoró de su bondad y se casó con ella. Pero Fanny nunca olvidó a su familia y, con su ayuda, Fiona aprendió que el verdadero don no estaba en las joyas, sino en la calidez de un corazón bueno.
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