
Las Zapatillas Bailarinas
Había una vez una niña llamada Ana a la que le encantaba bailar. Daba saltos en el jardín. Giraba en la sala. ¡Hasta movía los pies debajo de la mesa! Bailar era lo que más le gustaba en el mundo.
Un día, su abuela le regaló una caja muy especial. Dentro había unas zapatillas de un color rojo brillante. ¡Parecían dos fresas maduras! Ana se las puso de inmediato. Eran suaves y muy cómodas. En cuanto tocó el suelo con ellas, sintió unas ganas enormes de bailar. ¡Tap, tap, tap! “¡Qué maravilla! ¡Con estas zapatillas se baila genial!”, gritó Ana riendo. Y se puso a bailar por toda la casa.
Bailó en la cocina mientras su mamá preparaba galletas. Bailó en el pasillo, haciendo piruetas como una gran artista. Bailó en el jardín, saludando a las mariposas. ¡Era la mejor fiesta de baile! Ana se estaba divirtiendo tanto que no quería parar. Pero, después de un buen rato, su barriguita hizo un ruidito. “Mmm, huele a galletas”, pensó. Quería ir a la cocina, pero sus pies solo querían seguir con la fiesta. ¡Zapateaban y saltaban con mucha alegría!
Luego, Ana vio su libro de cuentos favorito. Quiso sentarse un ratito a mirar los dibujos. Pero ¡qué divertido era seguir bailando! Ana empezaba a estar un poco cansada. Bailar era genial, pero ya llevaba mucho tiempo sin parar. “¡Uf! ¡Qué sueño!”, bostezó mientras daba un último giro.
Justo en ese momento, su mamá la vio. Vio a su pequeña Ana bostezando mientras sus pies daban saltitos más lentos. Se acercó y le dio un abrazo gigante, de esos que te hacen sentir muy bien. Con el calor del abrazo de mamá, Ana se sintió muy tranquila. “Creo que esta gran bailarina necesita un descanso”, dijo mamá con una sonrisa.
Con mucho cuidado, le ayudó a quitarse las zapatillas rojas. Al instante, los pies de Ana se quedaron quietos y relajados. ¡Qué alivio! Ana se acurrucó en el sofá y se quedó dormidita al momento. Desde ese día, a Ana le encantó ponerse sus zapatillas rojas para bailar, pero también aprendió que después de una divertida fiesta de baile, lo mejor era un buen descanso. Y recuerda siempre: ¡bailar es genial, pero descansar es fenomenal!
Un día, su abuela le regaló una caja muy especial. Dentro había unas zapatillas de un color rojo brillante. ¡Parecían dos fresas maduras! Ana se las puso de inmediato. Eran suaves y muy cómodas. En cuanto tocó el suelo con ellas, sintió unas ganas enormes de bailar. ¡Tap, tap, tap! “¡Qué maravilla! ¡Con estas zapatillas se baila genial!”, gritó Ana riendo. Y se puso a bailar por toda la casa.
Bailó en la cocina mientras su mamá preparaba galletas. Bailó en el pasillo, haciendo piruetas como una gran artista. Bailó en el jardín, saludando a las mariposas. ¡Era la mejor fiesta de baile! Ana se estaba divirtiendo tanto que no quería parar. Pero, después de un buen rato, su barriguita hizo un ruidito. “Mmm, huele a galletas”, pensó. Quería ir a la cocina, pero sus pies solo querían seguir con la fiesta. ¡Zapateaban y saltaban con mucha alegría!
Luego, Ana vio su libro de cuentos favorito. Quiso sentarse un ratito a mirar los dibujos. Pero ¡qué divertido era seguir bailando! Ana empezaba a estar un poco cansada. Bailar era genial, pero ya llevaba mucho tiempo sin parar. “¡Uf! ¡Qué sueño!”, bostezó mientras daba un último giro.
Justo en ese momento, su mamá la vio. Vio a su pequeña Ana bostezando mientras sus pies daban saltitos más lentos. Se acercó y le dio un abrazo gigante, de esos que te hacen sentir muy bien. Con el calor del abrazo de mamá, Ana se sintió muy tranquila. “Creo que esta gran bailarina necesita un descanso”, dijo mamá con una sonrisa.
Con mucho cuidado, le ayudó a quitarse las zapatillas rojas. Al instante, los pies de Ana se quedaron quietos y relajados. ¡Qué alivio! Ana se acurrucó en el sofá y se quedó dormidita al momento. Desde ese día, a Ana le encantó ponerse sus zapatillas rojas para bailar, pero también aprendió que después de una divertida fiesta de baile, lo mejor era un buen descanso. Y recuerda siempre: ¡bailar es genial, pero descansar es fenomenal!
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