Los Cisnes Salvajes

Los Cisnes Salvajes

por Hans Christian Andersen

⏱️4 min3-4 añosAmor familiarValentía
En un reino muy feliz, vivía una princesa llamada Elisa con sus once hermanos. ¡Les encantaba jugar a la pelota y correr por el jardín! Siempre se escuchaban sus risas por todo el castillo. Eran la familia más alegre del mundo.

Pero un día, una nube gris y muy gruñona pasó por encima del jardín. No le gustaban las risas. Sopló un viento frío y… ¡Puf! La nube convirtió a los once príncipes en once cisnes blancos y brillantes. Asustados, los cisnes volaron muy alto y desaparecieron en el cielo.

Elisa se quedó solita y muy, muy triste. Ya no había risas en el jardín. “¡Tengo que encontrar a mis hermanos!”, dijo con valentía. Siguió una pluma blanca que flotaba en el aire y caminó y caminó hasta que llegó a la orilla del mar.

Al atardecer, vio a los once cisnes nadando hacia ella. ¡Eran ellos! Por la noche, la magia de la nube gruñona se debilitaba y los cisnes podían volver a ser príncipes por un ratito.

“¡Elisa!”, dijo el hermano mayor. “Para romper el hechizo, tienes que darnos un abrazo mágico”. “¿Un abrazo mágico?”, preguntó Elisa. “Sí”, explicó otro hermano. “Tienes que encontrar once flores de sol, que solo crecen en la arena cuando amanece. ¡Una para cada uno!”.

Elisa esperó toda la noche, mirando las estrellas y pensando en sus abrazos. Justo cuando el sol empezó a salir, ¡vio las flores! Eran amarillas y brillantes. Corrió a recogerlas. “Una para ti, y otra para ti…”, contaba en voz bajita mientras las guardaba con cuidado. ¡Tenía once flores!

Cuando los cisnes llegaron, Elisa corrió hacia ellos. Al primer cisne le dio una flor y el abrazo más fuerte que pudo. ¡Splash! Se convirtió en un príncipe sonriente. ¡Funcionó!

Le dio una flor y un gran abrazo al segundo. ¡Splash! ¡Otro príncipe! Y así uno por uno. "¡Un abrazo para ti! ¡Y para ti!". Diez príncipes ya estaban de vuelta, riendo y saltando en la arena.

Solo quedaba el hermano más pequeño. Elisa le dio su flor y el abrazo más grande de todos. ¡Splash! Se convirtió en príncipe, pero… en su brazo le quedaron unas poquitas plumas blancas y suaves. ¡Qué graciosas!

“¡Mis plumas hacen cosquillas!”, dijo el hermanito riendo. Elisa por fin pudo abrazar a todos sus hermanos y gritar de alegría: “¡Estáis en casa!”. Todos se juntaron en un gran abrazo familiar.

Y con un abrazo lleno de amor, ¡la familia volvió a estar completa y feliz!

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