
Los Músicos de Bremen
Había una vez un burro muy trabajador que, después de muchos años, se hizo viejito. Su dueño pensó que ya no era útil, así que el burro decidió irse.
“¡Ya sé!”, dijo con alegría. “¡Iré a la ciudad de Bremen y me convertiré en un gran músico!”.
En el camino, se encontró con un perro de caza, también viejito, que jadeaba en el suelo. “¿Qué te pasa, amigo?”, preguntó el burro. “Soy demasiado viejo para correr”, respondió el perro con tristeza.
“¡Pues ven conmigo a Bremen! Yo tocaré la guitarra y tú tocarás el tambor”, le propuso el burro. Al perro le pareció una idea fantástica y se unió a él.
Poco después, vieron a una gata sentada junto al camino, con una cara muy larga. “¿Por qué tan triste, amiga gata?”, preguntó el burro. “Mis dientes ya no son afilados para cazar ratones y mi dueña ya no me quiere”, maulló la gata.
“¡No te preocupes! Tienes una voz estupenda para cantar de noche. ¡Ven con nosotros a Bremen!”, dijo el perro. Y la gata, animada, se fue con ellos.
Más adelante, pasaron por una granja y oyeron a un gallo cantar con todas sus fuerzas. “¡Cantas tan fuerte que nos vas a romper los oídos!”, bromeó el burro. El gallo explicó, muy asustado: “¡Mañana me quieren convertir en sopa!”.
“¡De ninguna manera!”, exclamó la gata. “Tú tienes una voz poderosa. ¡Ven a Bremen y serás el cantante principal de nuestra banda!”. El gallo saltó de la valla y los cuatro amigos siguieron su viaje juntos.
Al llegar la noche, estaban cansados y hambrientos. Vieron una pequeña luz en medio del bosque y se acercaron. Era una casita acogedora con una mesa llena de comida deliciosa. ¡Pero dentro había unos ladrones contando monedas de oro!
“¡Tengo un plan!”, susurró el burro. Se acercó a la ventana, el perro se subió a su espalda, la gata trepó sobre el perro y, finalmente, el gallo voló hasta la cabeza de la gata. A la cuenta de tres, ¡empezó el concierto! El burro rebuznó, el perro ladró, la gata maulló y el gallo cantó a todo pulmón.
¡El ruido fue tan terrible que los ladrones pensaron que era un monstruo! Salieron corriendo despavoridos hacia el bosque.
Los cuatro amigos entraron, cenaron felices y se durmieron. Más tarde, uno de los ladrones volvió para ver qué pasaba. En la oscuridad, los ojos de la gata brillaron como carbones encendidos.
El ladrón se asustó y, al intentar huir, tropezó con el perro, que lo mordió en la pierna. El burro le dio una coz y el gallo, desde el techo, gritó: “¡Kikirikí!”.
El ladrón corrió de vuelta con sus amigos y les dijo: “¡En esa casa vive una bruja horrible que me arañó, un hombre con un cuchillo, un monstruo negro que me golpeó y un juez que gritaba desde el techo! ¡Nunca volvamos!”.
Los ladrones nunca más regresaron. Y a los cuatro músicos les gustó tanto su nuevo hogar que se quedaron a vivir allí para siempre.
Y juntos en su casita, ¡vivieron felices y contentos!
“¡Ya sé!”, dijo con alegría. “¡Iré a la ciudad de Bremen y me convertiré en un gran músico!”.
En el camino, se encontró con un perro de caza, también viejito, que jadeaba en el suelo. “¿Qué te pasa, amigo?”, preguntó el burro. “Soy demasiado viejo para correr”, respondió el perro con tristeza.
“¡Pues ven conmigo a Bremen! Yo tocaré la guitarra y tú tocarás el tambor”, le propuso el burro. Al perro le pareció una idea fantástica y se unió a él.
Poco después, vieron a una gata sentada junto al camino, con una cara muy larga. “¿Por qué tan triste, amiga gata?”, preguntó el burro. “Mis dientes ya no son afilados para cazar ratones y mi dueña ya no me quiere”, maulló la gata.
“¡No te preocupes! Tienes una voz estupenda para cantar de noche. ¡Ven con nosotros a Bremen!”, dijo el perro. Y la gata, animada, se fue con ellos.
Más adelante, pasaron por una granja y oyeron a un gallo cantar con todas sus fuerzas. “¡Cantas tan fuerte que nos vas a romper los oídos!”, bromeó el burro. El gallo explicó, muy asustado: “¡Mañana me quieren convertir en sopa!”.
“¡De ninguna manera!”, exclamó la gata. “Tú tienes una voz poderosa. ¡Ven a Bremen y serás el cantante principal de nuestra banda!”. El gallo saltó de la valla y los cuatro amigos siguieron su viaje juntos.
Al llegar la noche, estaban cansados y hambrientos. Vieron una pequeña luz en medio del bosque y se acercaron. Era una casita acogedora con una mesa llena de comida deliciosa. ¡Pero dentro había unos ladrones contando monedas de oro!
“¡Tengo un plan!”, susurró el burro. Se acercó a la ventana, el perro se subió a su espalda, la gata trepó sobre el perro y, finalmente, el gallo voló hasta la cabeza de la gata. A la cuenta de tres, ¡empezó el concierto! El burro rebuznó, el perro ladró, la gata maulló y el gallo cantó a todo pulmón.
¡El ruido fue tan terrible que los ladrones pensaron que era un monstruo! Salieron corriendo despavoridos hacia el bosque.
Los cuatro amigos entraron, cenaron felices y se durmieron. Más tarde, uno de los ladrones volvió para ver qué pasaba. En la oscuridad, los ojos de la gata brillaron como carbones encendidos.
El ladrón se asustó y, al intentar huir, tropezó con el perro, que lo mordió en la pierna. El burro le dio una coz y el gallo, desde el techo, gritó: “¡Kikirikí!”.
El ladrón corrió de vuelta con sus amigos y les dijo: “¡En esa casa vive una bruja horrible que me arañó, un hombre con un cuchillo, un monstruo negro que me golpeó y un juez que gritaba desde el techo! ¡Nunca volvamos!”.
Los ladrones nunca más regresaron. Y a los cuatro músicos les gustó tanto su nuevo hogar que se quedaron a vivir allí para siempre.
Y juntos en su casita, ¡vivieron felices y contentos!
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