
Los Músicos de Bremen
¿Alguna vez imaginaste que un burro, un perro, un gato y un gallo se unieran para hacer música? En un tranquilo prado, cuatro amigos sintieron que ya no servían para trabajar. Pero un día tuvieron una gran idea: viajarían a Bremen para dedicarse a cantar y tocar instrumentos, ¡llenando de alegría todo el camino!
En una granja vivía un burro llamado Bruno. Bruno había trabajado mucho toda su vida cargando sacos de trigo y llevando leña. Cada mañana relinchaba con fuerza para empezar el día. Con el tiempo, sus patas se cansaron y sus fuerzas disminuyeron. Un día escuchó al granjero decir que ya no lo necesitaba. Bruno se entristeció, pero decidió buscar un nuevo destino. Pensó que en Bremen podría encontrar amigos y cantar feliz.
Cerca de allí, vivía Dori, una perra fiel y valiente. Dori cuidaba el corral y espantaba ratones con sus ladridos. Cuando el granjero ya no la quiso, ella ladró con tristeza y buscó a Bruno. Al verlo, meneó la cola y soñó con aventuras. Imaginó que, juntos, podrían recorrer caminos divertidos y contar historias con alegría. Así emprendió el viaje, moviendo la cola con emoción.
Al poco tiempo, vieron a Mimi, una gata de suave pelaje atigrado. Mimi saltaba de tejado en tejado y cazaba ratones para comer. Pero un día la dejaron sola sin comida suficiente. Mimi ronroneaba al ver a Bruno y Dori y pensó que no estaba sola. Se unió al grupo con un elegante salto, deseando encontrar un nuevo hogar y, por qué no, cantar al atardecer.
Justo cuando esperaban un amigo más, apareció Rico, un gallo valiente y orgulloso. Cada mañana entonaba su “¡quiquiriquí!” para despertar a todos, pero el granjero ya no lo escuchaba. Rico voló con sus alas, aterrizó junto a los nuevos amigos y exclamó: “¡Voy con ustedes!”. Los cuatro sonrieron y siguieron su camino hacia Bremen.
Caminaban por caminos de tierra y prados verdes, donde las flores parecían bailar al compás de sus pasos. Bruno marcaba el paso con sus cascos, Dori ladraba con ritmo, Mimi maullaba con suavidad y Rico ofrecía su canto claro. A veces, cruzaron un riachuelo: Bruno avanzaba primero, Dori saltaba en piedras, Mimi caminaba con cuidado y Rico volaba un poco antes de posarse. Reían juntos y se sentían muy unidos.
Al caer la tarde, vieron una casita con luz y humo en la chimenea. Pensaron que era perfecta para descansar. Se acercaron con cuidado y descubrieron sombras dentro: ¡eran ladrones ruidosos! Sin dudar, Bruno soltó un relincho fuerte, Dori un ladrido valiente, Mimi un maullido agudo y Rico un coro poderoso que retumbó en la noche: “¡Brum-bum, ladrido-ladrido, miau-miau, quiquiriquí!” Los ladrones se asustaron tanto que salieron corriendo, dejando detrás cofres y bolsas llenas.
Emocionados, los amigos entraron y probaron la comida que encontraron sobre la mesa: pedazos de pan, miel y frutas frescas. Luego, se acomodaron entre mantas calientes y durmieron plácidos bajo un techo acogedor. A la mañana siguiente, el sol entró por la ventana y los despertó con un suave resplandor. Entonces los cuatro comenzaron un concierto inolvidable, llenando la casita de música y risas.
Y así, aquellos músicos de Bremen encontraron un hogar donde su música llenó de alegría cada rincón.
En una granja vivía un burro llamado Bruno. Bruno había trabajado mucho toda su vida cargando sacos de trigo y llevando leña. Cada mañana relinchaba con fuerza para empezar el día. Con el tiempo, sus patas se cansaron y sus fuerzas disminuyeron. Un día escuchó al granjero decir que ya no lo necesitaba. Bruno se entristeció, pero decidió buscar un nuevo destino. Pensó que en Bremen podría encontrar amigos y cantar feliz.
Cerca de allí, vivía Dori, una perra fiel y valiente. Dori cuidaba el corral y espantaba ratones con sus ladridos. Cuando el granjero ya no la quiso, ella ladró con tristeza y buscó a Bruno. Al verlo, meneó la cola y soñó con aventuras. Imaginó que, juntos, podrían recorrer caminos divertidos y contar historias con alegría. Así emprendió el viaje, moviendo la cola con emoción.
Al poco tiempo, vieron a Mimi, una gata de suave pelaje atigrado. Mimi saltaba de tejado en tejado y cazaba ratones para comer. Pero un día la dejaron sola sin comida suficiente. Mimi ronroneaba al ver a Bruno y Dori y pensó que no estaba sola. Se unió al grupo con un elegante salto, deseando encontrar un nuevo hogar y, por qué no, cantar al atardecer.
Justo cuando esperaban un amigo más, apareció Rico, un gallo valiente y orgulloso. Cada mañana entonaba su “¡quiquiriquí!” para despertar a todos, pero el granjero ya no lo escuchaba. Rico voló con sus alas, aterrizó junto a los nuevos amigos y exclamó: “¡Voy con ustedes!”. Los cuatro sonrieron y siguieron su camino hacia Bremen.
Caminaban por caminos de tierra y prados verdes, donde las flores parecían bailar al compás de sus pasos. Bruno marcaba el paso con sus cascos, Dori ladraba con ritmo, Mimi maullaba con suavidad y Rico ofrecía su canto claro. A veces, cruzaron un riachuelo: Bruno avanzaba primero, Dori saltaba en piedras, Mimi caminaba con cuidado y Rico volaba un poco antes de posarse. Reían juntos y se sentían muy unidos.
Al caer la tarde, vieron una casita con luz y humo en la chimenea. Pensaron que era perfecta para descansar. Se acercaron con cuidado y descubrieron sombras dentro: ¡eran ladrones ruidosos! Sin dudar, Bruno soltó un relincho fuerte, Dori un ladrido valiente, Mimi un maullido agudo y Rico un coro poderoso que retumbó en la noche: “¡Brum-bum, ladrido-ladrido, miau-miau, quiquiriquí!” Los ladrones se asustaron tanto que salieron corriendo, dejando detrás cofres y bolsas llenas.
Emocionados, los amigos entraron y probaron la comida que encontraron sobre la mesa: pedazos de pan, miel y frutas frescas. Luego, se acomodaron entre mantas calientes y durmieron plácidos bajo un techo acogedor. A la mañana siguiente, el sol entró por la ventana y los despertó con un suave resplandor. Entonces los cuatro comenzaron un concierto inolvidable, llenando la casita de música y risas.
Y así, aquellos músicos de Bremen encontraron un hogar donde su música llenó de alegría cada rincón.