
Los Seis Cisnes
Había una vez una niña llamada Elisa que vivía en un castillo con sus seis hermanos. Siempre jugaban junto al lago y corrían por el bosque. Hasta que un día algo mágico cambió sus vidas para siempre.
La madrastra de Elisa sintió celos porque ellos eran felices sin ella. Una noche lanzó un hechizo y convirtió a los seis hermanos en cisnes blancos. Elisa lloró al escuchar su graznido y al ver cómo volaban lejos.
Al amanecer, Elisa corrió al lago. Allí vio a los seis cisnes nadando juntos. Sus cuerpos eran suaves y sus ojos, tristes. Elisa se secó las lágrimas con su vestido y tocó el agua fresca del lago. Cada cisne giraba como si jugara a las escondidas. Ella entendió que eran sus hermanos.
Una mujer del pueblo, amiga de la familia, le dio a Elisa un secreto. Debía tejer seis camisas con hojas de ortiga, esas plantas que pican al tocarlas. Y no debía hablar ni una sola palabra hasta terminar cada camisa.
Cada día, Elisa recogía ortigas con cuidado. Sus manos se llenaban de marcas rojas, pero ella nunca se quejó. Luego, en una silla junto a la ventana, tejía con hilo verde. Pensaba en el abrazo de cada hermano. Durante seis días y seis noches, su silencio fue total. No dijo ni hola, ni adiós, aunque deseaba hablar con fuerza.
Un joven rey pasó por el bosque y vio a Elisa tejiendo. El rey llevaba un traje azul con estrellas doradas. Le sorprendió su silencio y su mirada dulce. Invitó a Elisa a montar en su carruaje y ella asintió con suavidad. Decidió llevarla a su castillo para cuidar de ella. Elisa aceptó y lo siguió, sin decir nada.
En el castillo hicieron una fiesta. El salón estaba lleno de globos de colores y música. Elisa se sentó en un rincón y tejía su sexta camisa. Había pasteles de fresa y de manzana, pero ella no los probó. Mientras todos bailaban, la madrastra disfrazada tomó una de las camisas y la escondió con sigilo.
Al fin, Elisa mostró cinco camisas. El rey pensó que algo no iba bien y la acusó de bruja. Quiso castigarla en el patio. Elisa no habló y mantuvo su promesa de silencio. Todos miraban con curiosidad.
De pronto, un golpe en la ventana anunció su llegada. Seis cisnes blancos volaron al jardín y posaron sus picos sobre Elisa. De repente, las camisas faltantes aparecieron. Uno a uno, los cisnes se convirtieron en niños. Corrieron a abrazar a su hermana.
El rey vio el amor de familia y perdonó a Elisa. La madrastra huyó y ya nunca volvió. Elisa y sus seis hermanos vivieron llenos de risas y juegos. Desde entonces, vivieron felices como seis cisnes y su valiente hermana.
La madrastra de Elisa sintió celos porque ellos eran felices sin ella. Una noche lanzó un hechizo y convirtió a los seis hermanos en cisnes blancos. Elisa lloró al escuchar su graznido y al ver cómo volaban lejos.
Al amanecer, Elisa corrió al lago. Allí vio a los seis cisnes nadando juntos. Sus cuerpos eran suaves y sus ojos, tristes. Elisa se secó las lágrimas con su vestido y tocó el agua fresca del lago. Cada cisne giraba como si jugara a las escondidas. Ella entendió que eran sus hermanos.
Una mujer del pueblo, amiga de la familia, le dio a Elisa un secreto. Debía tejer seis camisas con hojas de ortiga, esas plantas que pican al tocarlas. Y no debía hablar ni una sola palabra hasta terminar cada camisa.
Cada día, Elisa recogía ortigas con cuidado. Sus manos se llenaban de marcas rojas, pero ella nunca se quejó. Luego, en una silla junto a la ventana, tejía con hilo verde. Pensaba en el abrazo de cada hermano. Durante seis días y seis noches, su silencio fue total. No dijo ni hola, ni adiós, aunque deseaba hablar con fuerza.
Un joven rey pasó por el bosque y vio a Elisa tejiendo. El rey llevaba un traje azul con estrellas doradas. Le sorprendió su silencio y su mirada dulce. Invitó a Elisa a montar en su carruaje y ella asintió con suavidad. Decidió llevarla a su castillo para cuidar de ella. Elisa aceptó y lo siguió, sin decir nada.
En el castillo hicieron una fiesta. El salón estaba lleno de globos de colores y música. Elisa se sentó en un rincón y tejía su sexta camisa. Había pasteles de fresa y de manzana, pero ella no los probó. Mientras todos bailaban, la madrastra disfrazada tomó una de las camisas y la escondió con sigilo.
Al fin, Elisa mostró cinco camisas. El rey pensó que algo no iba bien y la acusó de bruja. Quiso castigarla en el patio. Elisa no habló y mantuvo su promesa de silencio. Todos miraban con curiosidad.
De pronto, un golpe en la ventana anunció su llegada. Seis cisnes blancos volaron al jardín y posaron sus picos sobre Elisa. De repente, las camisas faltantes aparecieron. Uno a uno, los cisnes se convirtieron en niños. Corrieron a abrazar a su hermana.
El rey vio el amor de familia y perdonó a Elisa. La madrastra huyó y ya nunca volvió. Elisa y sus seis hermanos vivieron llenos de risas y juegos. Desde entonces, vivieron felices como seis cisnes y su valiente hermana.