Rapunzel

Rapunzel

por Hermanos Grimm

⏱️3 min3-4 añosAmistadValor
En lo alto de una torre sin puerta vivía Rapunzel, una niña con cabellos dorados que caían como un río hasta el jardín. Cada mañana, su voz juguetona llenaba el aire de risas. ¿Te gustaría saber cómo la valentía de un amigo y un ingenioso plan cambiaron su vida?

Rapunzel creció bajo el cuidado de una bruja que vivía cerca. Cada día, la bruja trepaba con sus propias manos hasta la ventana y dejaba frutas frescas y pan crujiente. Rapunzel saludaba con una sonrisa y cantaba una canción alegre.

La niña pasaba la tarde peinando su largo cabello y jugando con un pajarito azul que anidaba en la torre. Hablaban de aventuras imaginarias y reían cuando el pajarito intentaba imitar su peinado.

Un día, un joven caballero cabalgó junto al muro de la torre. Sintió una melodía tan dulce que detuvo a su caballo. Miró hacia arriba y vio el cabello dorado. Recordó una antigua leyenda y gritó: —¡Rapunzel, Rapunzel, baja tu cabello!—.

Con cuidado, Rapunzel dejó caer una trenza gruesa. El caballero subió feliz y, al llegar, mostró una canasta de manzanas jugosas. —¡Qué gusto encontrarte! —dijo Rapunzel—. ¿Vienes a jugar conmigo? —Claro —respondió él—. Traje juegos de contar historias y cajas de colores.

Cada tarde, el caballero volvía. Pintaron flores en piedras, inventaron nuevos colores y contaron cuentos bajo el sol. Sus risas llenaban la torre de música.

La bruja, al enterarse, se enojó. Un atardecer, gritó con voz fuerte: —¡Rapunzel, Rapunzel, baja tu cabello!—. Rapunzel obedeció. La bruja trepó y, sin avisar, cortó la trenza con una tijera dorada. Luego, con un ademán, llevó al caballero a los pies de la torre y lo dejó en un jardín sin escalera.

Después, la bruja condujo a Rapunzel a un cuarto misterioso en la base de la torre. No tenía ventanas ni escaleras. Rapunzel sintió un pequeño nudo en el estómago, pero recordó algo importante: siempre podía usar su ingenio.

En silencio, buscó entre las flores secas que había en un rincón. Con paciencia, tejió un rollo de pétalos y ramitas fuertes que convirtió en una cuerda resistente.

Al día siguiente, el caballero llamó: —¡Rapunzel, Rapunzel!—. Rapunzel sujetó la cuerda y se asomó por una pequeña abertura. Con cuidado, le dejó bajar la cuerda. Él se colgó y bajó despacio hasta el suelo, donde ambas manos amigas lo recibieron.

—¡Rápido! —susurró ella—. Bájate primero y corre con cuidado. Después subo yo. —Entendido —sonrió él.

Rapunzel trepó tras él, paso a paso, hasta llegar al suelo. La bruja, al verlos escapar, corrió a trepar por su propio cabello, ¡pero se enredó por completo! Con un alboroto, dio vueltas en el aire y acabó dormida en el huerto.

El caballero y Rapunzel rieron juntos y caminaron fuera del bosque. Llegaron a un reino cercano, donde vivieron rodeados de amigos, flores y risas.

Y así, Rapunzel y su amigo vivieron libres y felices, ¡con risas más dulces que la miel!