Rey Pico de Tordo

Rey Pico de Tordo

por Hermanos Grimm

⏱️2 min3-4 añosHumildadRespeto
Esmiralda era una princesa que vivía en un gran castillo con torres doradas. Siempre esperaba un príncipe perfecto, con vestido limpio y sonrisa encantadora. Un día, su padre convocó a todos los jóvenes del reino para encontrarle esposo. Pero Esmiralda no quiso casarse con ninguno: se reía de sus ropas, su aspecto y hasta de sus caballos.

Entre los pretendientes llegó un hombre vestido de payaso, con un sombrero puntiagudo y un gran pico de pájaro. Todos lo llamaron “Rey Pico de Tordo”. Esmiralda soltó una carcajada: “¿Cómo voy a casarme con un rey tan raro?” Su risa resonó en el gran salón, y al día siguiente su padre, cansado de su mal genio, la encerró en una torre sin comida hasta que cambiara su actitud.

Pasaron los días y Esmiralda comprendió que su risa hería a los demás. Pero antes de que supiera qué hacer, el reino sufrió una gran tormenta. El castillo quedó dañado y la princesa, tras reproches y enfados, fue enviada sin palacio ni tesoros a una posada junto a un bosque.

En la posada, la princesa tuvo que aprender nuevas tareas. Cada mañana barría el suelo, fregaba platos y ayudaba en la cocina. Al principio, era muy torpe: rompió tazas, tiró agua y dejó caer panes. Pero el posadero—un hombre alegre y bonachón—le enseñó a no rendirse. Con paciencia, Esmiralda limpió hasta el último vaso y cocinó sopas calentitas para los viajeros.

Un día, el dueño anunció un gran festival en la plaza del pueblo. Todos fueron con música, bailes y colores. Esmiralda se vistió con ropa sencilla y ayudó a repartir dulces. Allí conoció a un hombre amable, de mirada clara y sonrisa dulce, que la invitó a bailar. Él la tomó de la mano y giraron entre risas.

Al terminar el baile, el hombre sorprendió a Esmiralda: se quitó el sombrero, alzó el manto y, de repente, ella vio que era el mismísimo Rey Pico de Tordo. Él había querido ver si su risa era justa y amable. Ella, avergonzada y feliz, entendió que había juzgado mal por su apariencia.

El rey sonrió y tomó sus manos. “Ahora sé que eres amable y trabajadora”, dijo con cariño. Entonces la invitó a volver al castillo con él, donde la recibió su padre abrazándola. Esmiralda aprendió que todos merecen respeto y que las sonrisas valen más que las burlas.

Desde aquel día, la princesa y el rey vivieron con risas compartidas y corazones generosos. Y así aprendió que la bondad y la risa son la mejor corona.